Sebastiana Barráez/ viernes 11 de
marzo 2011
@SebastianaB
Tenía tres horas de muerta, con un infarto fulminante cuando, a las 9:00 de la mañana Ana, su inseparable amiga y mano derecha de la UPV, la encontró tirada en el piso de su casa. Triny y Perla le suministraron respiración boca a boca tratando de reanimarla, la llevaron rápidamente a una clínica, en un intento desesperado por negar la fatídica noticia.
Cuando el teléfono repico ese viernes, hace unos 8
años, espere el consabido saludo “Buenos días” o incluso solo el ¿aló?, pero lo
que retronó al otro lado, con una voz imponente y altanera fue:
-
¿Es usted Sebastiana
Barráez? - sí dígame.
-
¿Cómo es eso que
yo tengo gustos oligárquicos? -El vuelo
privado es un gusto oligárquico.
-
Venga a decírmelo
en mi cara. Ahora estoy en la frontera, pero en dos días estoy
en Caracas.
-
Vaya el lunes a
las 2 de la tarde a mi plaza en Santa Capilla- un clip y terminó la llamada.
Yo también sabía de su terrible fama de violenta. Luego
de averiguar con un amigo que efecto fue ella quien llamó, me dispuse a ir. Vestí
con el atuendo necesario para que correr fuera más fácil. Llegué una hora antes
al lugar para estudiar la posible huida. Aquella plaza estaba llena de gente
tan humilde que casi integraba la pobreza extrema y los excluidos: pedigüeños,
recogelatas, drogadictos, enfermos, ancianos. Había una larga cola de gente
para anotarse en unos libros. Los atendía un ejército de hombres y mujeres con
alguna prenda que los identificaba con el chavismo. La gente iba en busca de
medicinas, empleo, alguna ayuda y ella los remitía a organismos que le paraban
a una firma suya. Así fue, hasta que quien dirigía una Fundación salió del
cargo ella no tenía cómo responder ante esas solicitudes.
Me limité a observar y a conversar con el sobrino que
me acompañó. Recorrimos la plaza. A las dos me presenté en la entrada del pasadizo
que, hace muchos años, comunicaba con el Banco Central. Una de las mujeres me
dijo lo ocupada que estaba “la comandante” a quién vi de lejos dirigiendo una
reunión.
Una hora más
tarde salió, rodeada de no menos de 10 hombres y con tanta rapidez10 , como una
libre en busca de oxígeno. Le cerré el paso.
- Usted me citó. Yo soy la periodista Sebastiana
Barráez.
- ¡Ah! ¿Es usted? ¿Por qué escribió eso? - Porque es verdad. ¿O usted cree que cualquiera en
este país tiene para pagar un vuelo privado?
Me miró retadora, fijamente, por unos segundos que resultaron eternos. Volviéndose a sus hombres les dijo: “déjenme hablar con ella unos minutos”. Me indicó una mesita de plástico y unas sillas. Me explicó que lo del vuelo fue la deferencia de un funcionario para hacer un trabajo político social. ¿Tú crees que eres socialmente distinta a mí porque mi pelo amarillo es pintado? me preguntó. Sonriendo le dije que si no trabajo no tengo para comer, que nunca he tenido cargos en el Gobierno ni relaciones de poder económicas o políticas, pero qué amo el periodismo. La charla duró tres horas y desde entonces nuestra amistad fue entrañable. A veces caíamos en polémicas impresionantes, cargadas de ideologismo puro, de la razón de ser de un Gobierno, de la estructura de un partido, de lo hipócrita que es el poder, de la vida, de mis amores o los suyos. Casi siempre esas conversaciones terminaban con ella diciendo: “yo amo a mi comandante Chávez”. Y ante el amor, como ante la religión, no hay discusión.
La última entrevista de su vida la publicamos hace
unas semanas en Quinto Día. “Se te olvidó escribir que yo estoy dispuesta a
sufrir todos los dolores de mi pueblo”, me dijo después. Ella tampoco sabía que
su corazón estaba tan débil que ya no soportaba ningún dolor.
No la querían
Era una provocadora. Era la cara fea de la violencia.
Y con la oposición fue odiosa hasta la muerte. Despertaba amor u odio. La
oposición tenía razón, porque no la conocía. El chavismo, no.
Mientras estaba a unos pasos de su urna fui observando
a la gente, que no dejó de pasar, de noche y de día, y a quien solo por unos
segundos les era permitido verla ahí, muerta, con su rostro lívido ya sereno, los
labios pintados y su gorra de la UPV.
Los hombres de su comando lloraban con tanta amargura,
y mucho más las mujeres. Llegó gente de traje formal, otros con zapatos rotos, algunos
tan ancianos. otros tan niños. una
verdadera multitud fue un incesante pasar de la gente que la amaba o admiraba; aunque
para algunos sólo era curiosidad, otros se quebraron de dolor ante su urna.
“Es un hecho que yo soy Doña Nadie”, me confesó en una
entrevista. “A mí dentro del Gobierno muy poca gente me quiere. Gracias a Dios
que en el pueblo tengo mucha aceptación y bastante cariño. Cuando hay que tomarse
la foto, yo jamás estoy”.
Asumió sola cerca de mil damnificados por las lluvias
de diciembre, en el sector Cristo Rey del 23 de Enero. No le querían reconocer
el refugio y por ello no le enviaban alimentos e insumos. Desde algunas
dependencias, como el Ministerio de las Comunas, le ponían miles de obstáculos.
“s por orden de Ericka Farías”, confesó resignada. Ahí se inventaron un informe
diciendo que ella se robó unas colchonetas. “Serían para metérmelas por el c,,,”,
me dijo con amargura. Gracias a algunos amigos de poder, entre ellos militares,
logró que enviaran algo de ayuda, médicos cubanos y unas carpas. Se metieron
sin mucha cortesía en las instalaciones de una Iglesia. El aplastante bloqueo era desesperante. Cuando
Chávez fue un refugio más pequeño en El Calvario, Lina mandó a un grupo de las
damnificadas para que trataran de hablarle. El Presidente ordenó a Jorge
Rodríguez ocuparse, y aunque la relación con el alcalde estaba rota, ella le
dio todas las facilidades y así sacaron a los damnificados para la esquina de El
Chorro.
Infidencias
Lina no tenía dinero. No dejó ningún bien inmueble. Ni
siquiera un vehículo. Mucho menos cuentas bancarias. Su única hija y su único nieto
pueden dar fe de ello. “Me sabe a m… la plata, que se la cojan otros”, me dijo
en una entrevista.
Tenía cinco años separada de su marido. En un resumen
que el canal 8 hace sobre su vida y muerte, dicen que ella enfrentó a la
derecha el 11 de Abril. Mentira. Lina tenía días presa en la Disip. VTV fue
inclemente con ella, no sólo porque la vetaron, más aún cuando desde La Hojilla
fue cortada con saña y en pedacitos, su vida política y personal. Su odiado
Globovisión le dio más espacio, aunque ella nunca le dio tregua.
- ¿Y no tienen derecho? - No, no admito que nadie se meta con mi comandante que es el más bueno
del mundo.
- ¿No ha sido Globovisión golpeada y amenazada por el
Gobierno? Por lo menos déjalos que se quejen. -Ha sido contra los sueños que responden a sectores económicos que
conspiran.
- ¡Por Dios, Lina! Cuando le tiras una lacrimógena a
la sede ¿quién crees que se traga ese humo? Los empleados, los periodistas. -Pero hoy ellos se prestan para hacerle el juegos
contra el Gobierno.
- No seas injusta. Los periodistas son el lado más
vulnerable. Empujones e insultos y no les permiten cubrir las pautas. - Yo creo que mi comandante en jefe ha sido muy
benévolo con Globovisión.
- ¿No ha sido Globovisión quién te ha dado espacio y
te ha permitido replicas cuando el canal 8 te cerró las puertas”? - Eso es verdad, pero Globovisión es enemigo de la
revolución y yo no puedo dar tregua a nadie que ataque a mi comandante.
Quienes la acusan de violenta no saben cómo Lina controlada a verdaderos grupos e individualidades violentos. Cómo venció acciones realmente terroristas. Es censurable que ella lanzara bombas lacrimógenas, hiciera pintas y pegara gritos contra medios de comunicación, pero me consta que se opuso a operaciones de muerte y atentados.
Sobre ella se tejen historias falsas como las de El Nacional
al decir que murió en su casa de La Florida, cuando su apartamentico está
diagonal al Ministerio de Educación, en el centro de Caracas. El Universal dijo
que fue la mujer de servicio -que ella no tenía- quien la encontró. Algunas
páginas y periodistas insinuaron que estaba drogada o se había suicidado. Ella
no consumía drogas y amaba tanto la vida como a su revolución. “A mi nieto,
pobrecito, lo mandaron a disfrazarse de turpial”, me comentó en vísperas de su
muerte. Le dije que a una de mis princesas de diente. “¿De diente? jajaja pero
eso es más grave que turpial”.
Es que yo creo que había dos. La que era irracional al
no dar tregua alguna a otro tipo de pensamiento que no fuera la
incondicionalidad con Chávez. La que gritaba e insultaba. Y la que tenía una
inagotable fuente de amor y comprensión. La que reía y cantaba incesantemente.
Las mismas manos que empuñaba un arma o una bomba
lacrimógena hacían bellezas con la tela, los encajes y las agujas de tejer. Amaba
a los desvalidos y a los niños con tal fuerza como odiaba a la derecha y a los
que llamaba oligarquía.
Le dolía hasta lo indecible que sus amigos la
traicionaran. “Le reclamé a Alejandra Hurtado una foto en La Razón donde
aparezco con Baduel y Torres Ciliberto. Hablan de un trío en desgracia”.
Un día llegué al edificio donde tenía su apartamento.
Ella, con algunos de sus hombres y mujeres, había empezado a bañar a un hombre
alcohólico que apenas si podía sostenerse en pie. El indigente estaba muy sucio,
con un olor putrefacto, con el vómito cayendo de su boca, con su ropa
ensangrentada porque, según entendimos, se había caído o alguien lo había
golpeado. Lina lo bañó con una manguera y con la devoción de una madre por su
hijo. Ordenó que le buscaran alguna ropa limpia. Poco después, ella entró a la
casa para regresar, ante los ojos asombrados y de reproche de su entonces
marido, con una colonia de hombre. Observé silencio cómo a aquel indigente, al menos
por un rato, lo vistieron de dignidad.
Su comandante
Aprendió a respetar, luego de muchas discusiones, que
yo tratara al Presidente solo de “Chávez” o que me refiriera con respeto a
María Corina Machado, a quién ella llamaba “esa mujer”.
Cuando fue a parar a la DIM, aguantó la cárcel como un
trago amargo. Pero la cárcel no la golpeó, con la fuerza de una daga, como las
palabras de Chávez diciendo que ella le hacía daño a la revolución. Hubo un
grito sordo de indignación en grupos que la seguían y la respetaban, más allá
de la UPV. Ella ordenó que ni una palabra saliera contra su comandante. “Sé que
oye más a otros que a mí, quizás por mi estilo, pero yo soy así y no sé ser de
otra manera”.
No la metían en listas oficiales. No la invitaban a
acto alguno, pero se aparecía. Un día llegó a un evento con Chávez en el CNE. El
soldado de la puerta empezó a buscar su nombre. “A mí no me meten en esas
listas”. El soldadito miró a su superior que sonrió resignado mientras Lina pasaba
frente a él guiñándole el ojo. Ocupó una silla, pero Protocolo quiso echarla
diciéndole que ya estaban marcadas; ella quitó la etiqueta de la silla que
ocupaba y se la colocó a otra. Ese día Chávez le hizo una deferencia pública.
Cuánto las elecciones para la reforma constitucional la
sacaron de la capital mandándola para el Zulia. “Allí cumplí mi trabajo hasta
que me botaron en componenda con los diputados que conspiraban”. Luego el
edecán Hermes, hermano del entonces ministro Pedro Carreño, no le permitió
entrar a Miraflores. Le indignaba profundamente la corrupción y los boliburgueses
a quienes llamaba chulos y a quienes combatió al interior del chavismo.
-
Estamos dispuestos
a morir con las botas puestas -me dijo en una entrevista.
-
¿No te da temor?
-
Temor da, ni que
fuese de hierro. Lo que pasa es que hace rato me di cuenta de que la muerte es
un hecho intrínseco a la vida.
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