Un día antes de su muerte supe que estaba muy enfermo y le escribí un mensaje por teléfono. Al día siguiente, el 7 de noviembre 2020, partió a la eternidad. De eso hace un año. Y aun su partida duele mucho.
Sebastiana Barráez/ jueves 11 de noviembre 2021
@SebastianaB
Claro, no recuerdo la primera vez que lo vi, ni
siquiera la segunda o la tercera. Solo recuerdo que lo descubrí, sobresaliendo
entre mis profesores de la Universidad de Los Andes, a medida que fue asignando
libros qué leer, cuando empecé a observar el contenido de sus clases y a verlo
en los pasillos de la antigua sede de aquella casa de estudios en San
Cristóbal. La novísima carrera de Comunicación Social se había propuesto calar
como una opción válida y de prestigio, por lo que cada profesor de entonces
parece haber sido escogido con la pinza de calidad, trayectoria e
intelectualidad. Con una u otra excepción, pero fueron los mejores.
Entre esos nombres, Arturo Linares, Pavel Rondón, Sara
Roby, Simone Zuber, Chucho Romero Anselmi, Mariela Torrealba, González
Escorihuela, Giomar Caminos y tantos otros, estaba el que marcaría una de sus
huellas más importantes en mi carrera y en mi formación profesional:
Temístocles Salazar.
Siempre sentí especial respeto por ese hombre, al que
nunca lo abandonaba un libro, su sencillez y su disposición para enseñar. Sé
que no era yo la excepción, muchos estudiantes lo acosaban para preguntarle
algo de historia, del Táchira, de Venezuela, del mundo. Él siempre tenía una
respuesta cargada de anécdotas.
Solo daba un suspiro para tolerar las críticas de
algunos profesores de la Universidad que buscaban fastidiarle, quizá por
razones ideológicas, por su trabajo que descollaba o por esa incisiva palabra
cuando era necesaria.
¿Razones ideológicas? Ah, es que Temístocles se
declaraba comunista. Si, miembro del Partido Comunista de Venezuela. Debo
confesar, de los poquísimos, cuya palabra se correspondía con su modo de vida,
con sus principios éticos y morales. Era un extraño farol en medio de la
oscuridad que rodeaba el discurso de comunistas en el Táchira. No sé si deba
decir esto, pero la verdad nunca hablamos de ideología, quizá porque asumía que
para él ser comunista era una razón de vida, que yo respeté siempre. Nunca lo
percibí dogmático, ni siquiera en ese tema.
No sé si deba decir esto, pero la verdad nunca hablamos de ideología, quizá porque asumía que para él ser comunista era una razón de vida, que yo respeté siempre.
En el último año de mi carrera le pedí ser mi tutor de
tesis y él aceptó de inmediato, aun cuando yo sabía que estaba con mil tareas
encima. Nuestros encuentros de revisión del tema se convertían en una clase
más; él nunca dejaba de ser el profesor. Yo había empezado a trabajar, desde
hacía tiempo, primero en La Nación y después en Diario Pueblo, así que nuestras
charlas tenían mucho de ese acontecer del Táchira y del país. Siempre
terminaban con un “se me hizo tarde y Raiza me está esperando”, decía mientras
recogía sus libros y se iba tratando de darse prisa; siempre sonreía al verlo
alejarse porque nunca faltó algún estudiante o profesor que se cruzaba o que lo
esperaba para consultarle algo y hacerlo llegar más tarde aun a su casa.
Su familia era su soporte de vida. El amor por su
esposa y sus hijos no tenía comparación más que por su amor al conocimiento.
Una vez lo vi, a lo lejos, caminando parsimoniosamente con una pequeña niña a
quien le tomaba la mano con orgullo desmesurado. Al acercarse me dijo, tratando
de satisfacer mi curiosidad: “es mi hija más pequeña”. Le respondí: “profe, yo
creí que sus hijos ya estaban grandes”. Y me narró, con dulzura infinita, cómo
después de no sé cuántos años la vida los había sorprendido con un embarazo
cuando ya creían que la familia estaba completa. Entendí su orgullo, se sentía
un privilegiado, Y sin duda lo fue.
Concluido el texto de la tesis, después de revisiones
y correcciones, por fin la presenté y cuando se acercaba la discusión fui a la
secretaría para saber si él había firmado el documento de aceptación de la
fecha, porque no lo había visto en la Universidad. Ahí me dijeron que había
enfermado. Después me contó que estuvo muy delicado, que le recomendaron reposo
absoluto. Esperamos para la defensa de la tesis, pero varios meses después aún
los médicos no le permitían ni acercarse a la Universidad, por lo que me vi en
la incómoda situación de asistir a la discusión sin mi tutor presente y
aspirando entrar al próximo acto de graduación en el paraninfo de la
Universidad de Los Andes en Mérida. Y así fue.
El profesor Temístocles no solo fue un maestro, para mí y para muchos, fue mi
amigo. A raíz de un incidente con la entonces directiva de mi gremio, publicó
un escrito de solidaridad hacia mí que me conmovió hasta las lágrimas y ese día
también aprendí, aprendí a no olvidar que somos una sociedad de silencios.
Una vez me contó que había entrado a estudiar derecho
en la Universidad Católica del Táchira, un hermoso gesto de apoyo y amor por su
hija. Años después, en el ININCO de la Universidad Central de Venezuela, donde
había iniciado mi maestría en Comunicación, lo encontré en el pasillo mirando
una cartelera. Mi sorpresa fue inmensa y al preguntarle qué hacía tan lejos del
Táchira me dijo que estaba revisando si ya habían publicado una lista del
doctorado que estaba cursando. Nunca dejó de estudiar.
Cuando fue elegida la Asamblea Constituyente que se
encargó de redactar la Constitución vigente en Venezuela, la principal
fuente de información del país era el Palacio Federal Legislativo. El profesor
Temístocles había sido elegido constituyente por el Táchira. Nunca olvidaré
aquel día de 1999 en que se discutió el artículo de la reelección presidencial,
que para Hugo Chávez era punto de honor, porque su aspiración era repetir en el
poder una y otra vez.
El presidente de la Asamblea Nacional Constituyente
era Luis Miquilena, un político de larga trayectoria, a quienes algunos
consideran pieza importante para que Chávez llegara y se mantuviera en el poder, aunque esa
estrecha relación se rompió en el año 2002. El día en que se discutiría la
reelección presidencial encontré al profesor Temístocles en el pasillo de
entrada al hemiciclo. “No te vayas. Necesitas oír lo que voy a decir. No voy a
votar por la reelección. Es un error y yo debo ser coherente. Hay razones
históricas para oponerse a eso y aunque lo aprueben quiero que quede sentada mi
posición”.
Entré al hemiciclo. El profesor atravesó el amplio
salón, hasta el otro lado, y ocupó el asiento que tenía asignado al lado
derecho. Permanecí del lado izquierdo, en una posición que me permitía ver a
los constituyentes y también al presidio, desde donde Miquilena dirigía la
función.
No hubo más que discursos de apología a la necesidad de aprobar la reelección. Miquilena los escogió para eso. De nada sirvió que el profesor Temístocles levantara la mano una y otra vez, el presidente de la Constituyente lo ignoró de manera muy evidente hasta que cerró el debate y sometió a aprobación el artículo, asegurándose de no hacerlo por votación uninominal, sino a mano alzada y descaradamente dijo: por unanimidad.
No voy a votar por la reelección. Es un error
y yo debo ser coherente”
Los constituyentes empezaron a salir. Yo permanecí en
el mismo lugar, con indignación, pero sobre todo con mucha vergüenza por lo que
acababa de presenciar, por lo que fue un irrespeto a un hombre probo, a un
maestro. El profesor Temístocles se me acercó con su paso lento y me dijo: “no
me dejaron hablar”, a la vez que guardaba en su carpeta lo que supuse era el
texto, con los argumentos, que tenía listo para reforzar su negativa a la
reelección presidencial.
Nunca volvimos a hablar de ese incidente. Hubo muchas
conversaciones durante estos años, lamentablemente no en los últimos dos. Tuvo
la deferencia de dar las palabras, en el año 2015, en el bautizo del libro que uno de mis
hermanos hizo sobre mi padre, diciendo que:
“le guardo culto a los
hombres leales, toda una vida, a sus ideales, como Vitico Barráez y no pierdo
ocasión ni tribuna para exaltarlos, sobre todo en estos tiempos de
estremecimiento moral que vivimos donde debemos sembrar y fortalecer la virtud
de la fidelidad y verticalidad a los principios… Nadie se imaginaba aquí el
valor histórico intrínseco que portaba aquel hombre, quién lo creería que
estábamos frente a un héroe anónimo, por eso digo siempre que el hombre es una
posibilidad… Vitico pertenece a una raza que no llora en el suplicio,
parafraseando a Rimbaud”…
Un día antes de su muerte supe que estaba muy enfermo y le escribí un mensaje por teléfono: “Soy Sebastiana Barráez. Su alumna de siempre, pero también quien lo respeta y admira mucho por su consecuencia en las ideas y con la vida. Quise pasar a saludarlo y a recordarle que por aquí tiene una amiga que lo quiere mucho y quien valora en demasía su solidaridad y lo importante de que usted haya sido mi profesor, pero también un ser especial en muchas personas y un personaje valioso para Venezuela. Un abrazo querido profesor Temístocles”.
Al día siguiente, el 7 de noviembre 2020, partió a la eternidad. De eso hace un
año. Y aun su partida duele mucho.
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