Cientos de personas están en La Parada. Las excusas del gobierno de Nicolás Maduro para demorar el retorno de los migrantes que deben volver a su país por la pandemia de coronavirus
Cientos de
venezolanos están en la frontera, exactamente en La Parada del lado colombiano,
esperando entrar al país. La Fuerza Armada y el gobierno de Nicolás maduro les
impide a venezolanos que entren a Venezuela. La excusa es el Covid 19, como si
no hubiese sido la precaria situación del país la que empujó a millones de personas
a irse a otros destinos tratando de sobrevivir.
Aunque en los
primeros días de abril los altos funcionarios del Gobierno, incluyendo a
Maduro, al ministro de la Defensa Vladimir Padrino, a la vicepresidenta Delcy
Rodríguez, al Ministro de Comunicación Jorge Rodríguez, entre otros invitaban a
la diáspora venezolana a regresar e incluso prometían atención y seguridad;
hubo muchas cámaras, programas, fotos y discursos.
El 5 de abril
Maduro le dijo al país, a través de los medios de propaganda del Gobierno y
redes sociales que “nos preparamos para recibir a 15 mil migrantes”, asegurando
que el día anterior habían llegado mil 202 desde Colombia “y hoy otros 450 para
un total de 1.652 compatriotas”.
“Yo envié para
allá (Táchira) a Freddy Bernal, mandé al jefe del Movimiento Somos Venezuela,
compañero Mervin Maldonado y me están reportando en tiempo real desde el
Táchira”.
Aseguró que la
orden que dio “y espero que la estén cumpliendo a rajatabla”, al jefe de la
REDI (Región de Defensa Integral), al jefe de la ZODI (Zona Operativa de
Defensa Integral), al protector Freddy Bernal, al jefe del Movimiento Somos
Venezuela, es que a los migrantes “los reciban con amor, con cariño y con todas
las medidas preventivas, a todos hay que hacerle la prueba rápida del corona
virus, que hay suficientes ahí en la frontera”, dijo Maduro.
Con los días
apagaron las cámaras y ocultaron los micrófonos. La cantidad de migrantes
regresando al país se hizo inmanejable para el Estado en un país con una
inflación brutal, desabastecimiento de alimentos y medicinas, con crisis
profunda en los servicios públicos, sin gas, sin combustible, sin agua potable,
sin electricidad por hasta 16 horas al día en algunos estados.
No había lugares
suficientes para atender la cuarentena de los migrantes, pero tampoco hay
alimentos, en muchas de las escuelas donde ingresaron a mujeres, hombres y
niños no hay agua ni para los baños.
Entonces afloraron
las excusas para impedir el ingreso. Bloquearon la frontera, pero solo para los
migrantes pobres; los contrabandistas, los narcos y los grupos irregulares
transitan tranquilamente.
Inventaron como
excusa que el gobierno del presidente Iván Duque estaba enviando desde
Colombia, de manera intencional y planificada, a pacientes con Covid 19 para
contagiar a quienes estén sanos territorio adentro.
A los pocos días
ordenaron que solo podían ingresar determinada cantidad de venezolanos por día.
Y desde el lunes 8 de junio, solo está habilitado el paso los lunes, martes y
miércoles, es decir tres días a la semana. En la frontera de Táchira con el
Norte de Santander, está permitido 300 personas por día durante esos tres días,
pero en la de Arauca con el municipio Páez del estado Apure solo pueden pasar
100 personas por día. La consecuencia es que, por ejemplo, en el Puente Internacional
Simón Bolívar, que conecta a Cúcuta por La Parada con San Antonio del Táchira
se han represado los migrantes que esperan ingresar.
En quienes esperan
ahí, hay desesperanza, decepción por tener que regresar de manera obligada al
país, porque la gran mayoría de ellos se dedicaban a la economía informal, que
está casi totalmente paralizada en los países de los que provienen: Chile,
Perú, Ecuador, la mayoría son de departamentos colombianos, entre otros.
“Más que
fracasado, me siento desanimado”, fue la respuesta de un joven. Cuenta que con
lo que recibía por el trabajo en Bogotá podía mantenerse él y enviar para el
sustento de su familia.
“No hay otra
opción que regresar, porque en Venezuela por lo menos tenemos un techo y la
familia”, dice uno de los migrantes. Ver a sus familias es lo que más los
anima.
Están distribuidos
a lo largo de la carretera. En ese calor infernal han improvisado carpas, con
bolsas, sábanas, mantas o camisas, para protegerse del fuerte sol. Es doloroso
verlos apretujados, sin poder cumplir las mínimas reglas sanitarias.
Es una zona en la
que poco se ve la lluvia, pero en las noches ha caído algunas gotas, quizá más
de las esperadas. Ese es un problema para el que no están preparados. “En esos
momentos solo queda correr para resguardarnos un poco, bajo algún techo,
mientras cesa la lluvia”, cuenta a Infobae un joven.
Muchos de ellos se
vinieron hasta la frontera caminando, durante días y días. Entre rabia y
resignación cuentan que se han visto obligados a vender las cosas de valor,
incluso por muy necesarias que sean como los celulares, única manera de
comunicarse cos sus familiares en Venezuela. “Pero es lo único que nos ha
permitido no morir de hambre o sed”.
Hay personas que
tienen dos semanas esperando pasar, con el miedo de pernoctar en la calle,
tratando de cuidar los paquetes o maletas de ropa que traen consigo y que usan
para dormir sobre ellos, porque el pavimento es insoportable.
No quieren pensar
en qué va a suceder una vez que atraviesen el puente y pisen suelo venezolano.
“Ya no quiero llorar más, pienso que ya hemos vivido lo peor y que podremos
soportar cualquier cosa que venga”, nos dice una joven madre, quien se refugia
en la esperanza.
Cuando le pregunto
que si sabe que al llegar a Táchira va a tener que cumplir el protocolo de la
cuarentena y todo lo que eso significa, mira a lo lejos, como si creyera que
quizá el virus haya desaparecido.
Es curioso que son
pocos los que dicen que al pasar la pandemia saldrán nuevamente hacia otros
países. La mayoría responde que no lo harán. La experiencia negativa que causó
el virus, cuando en algunos sitios fueron echados a la calle por no poder pagar
el alquiler de las viviendas ni tener para adquirir alimentos, porque los azotó
con mayor inclemencia la xenofobia, por conocer un miedo que les era ajeno,
parece que a muchos los resignó a regresar a su tierra, aunque eso signifique
morir.
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