En diálogo con Infobae, Rosalía Peralta Rivas narró que “en el camino han muerto niños por el hambre y por la sed”. La odisea de escapar del país
Sebastiana Barráez/ miércoles 4 de noviembre 2020
@SebastianaB
La historia de muchos migrantes que huyen de Venezuela
se ha convertido en una tragedia. Mientras en Caracas los altos gobernantes
quieren dar la apariencia de normalidad, con discursos sobre la navidad y la
campaña electoral, el Táchira está recibiendo cada día a cientos de personas
que buscan llegar a Colombia. Lo más cruel lo relata la coordinadora de la escuela Santa Mariana de Jesús
en Capacho, estado Táchira, la monja Rosalía Peralta Rivas.
La religiosa le dijo a Infobae que “en el camino han
muerto niños, por el hambre, por la sed y los dejan en el camino. Aquí, en
Capacho, han pedido hospedaje en algunas casas de familia, padres que se
levantan temprano y dejan a sus niños”.
Narra concretamente el caso de dos parejas. “Una
señora de la comunidad, cuyos hijos se casaron y se fueron del país hace
tiempo, vive sola y les dio hospedaje a una pareja que llegó con unas, una de
seis y otra de ocho; muy temprano el papá y la mamá se fueron dejando a las
niñas dormidas”.
La señora, al percatarse que la pareja no está, les
pregunta a las niñas, quienes tampoco saben de ellos. “La señora fue a
denunciar aquí al comando, a la salida de Capacho. ‘¿Usted los puede atender,
puede encargarse de ellas?’, fue la respuesta de los militares”.
Destaca otro caso “muy cercano a nosotros también. A
un niño de seis meses, también sus padres lo dejaron. Eso está ocurriendo”,
dice la hermana Rosalía, quien destaca que se han organizado para prestarle
ayuda a los viajeros.
Asegura que ha conversado con gente que viene de
Cojedes, de Barquisimeto, de Valencia, del oriente del país. “Verlos, ¡Dios
mío! Cómo llevan al hombro una bolsita solamente, una colchoneta y sus niños en
los brazos. Aquí se han organizado refugios, la gente como ha podido por sí
solos, porque con el Gobierno no se cuenta para nada, los ignoran, los humillan
y maltratan”.
“Nosotros aquí, lo que hemos podido recoger, cositas para hacer sus sopitas y darles. Recogemos ropa, abrigos, porque gente que viene de climas calientes y aquí es frío cuando tienen que pasar la noche. Es muy duro, muy fuerte vivir esta situación, primero de ver a quienes venían y los hacinaban, ahora a los que salen pasando muchísimas necesidades, sufrimiento y dolor”, asevera Rosalía, la valiente religiosa de Capacho. (http://www.sebastianasinsecretos.com/2020/06/venezuela-una-monja-enfrento-un.html)
Conmovida dice que vio a una señora que lloraba por su hija muerta. “La señora contó que le pedía comida, tenía sed y ella no tenía nada; murió la niña y la dejó en el camino, no se quiso quedar sola porque el grupo seguía. Lloraba, lloraba, muy triste”.
“La gente del pueblo en medio de la situación, de la
comida tan cara, busca sacar de su
pequeña despensa y compartir. Uno de mis hermanos que vive en un pueblito, llegando
a Santa Bárbara, recibió hace ocho días a 30 migrantes que venían en un camión
y les dieron de comer”.
Entre los testimonios que ha recibido de las personas
que han pasado por Capacho, relata que “una muchacha me dijo que había tenido
que vender su ranchito, lo único que tenía lo vendió; ella vivía de vender
empanadas, pero como ya nadie compra, tuvo que vender su rancho y con eso se
vino”, finaliza diciendo la hermana Rosalía.
Rosa atravesó el río
Sorprende su rostro casi angelical, como la virgen a
punto llorar ante su hijo crucificado; es de piel blanca y unos ojos inmensos
que miran con curiosidad. Ante la pregunta de cuál es su edad, esos ojos se
hacen más grandes aún. “¿No será que se van a dar cuenta que fui yo quien se lo
dije?” pregunta en un hilo de voz. Después de varios argumentos parece
convencida que no lo sabrán. Voltea la vista hacia un joven desgarbado, que
mira no se sabe qué, pero que sostiene con fuerza, como temiendo perderla, a
una niña no mayor de tres años. Ella, a quien llamaremos simplemente Rosa, ni
siquiera era consciente que se había convertido en víctima de un funcionario
que alguna vez juró defender la patria.
Apenas tiene 19 años. Salió de Barquisimeto hacia la
frontera, con su hija y su pareja. “No encontrábamos trabajo. Todo se pudo mal
cuando perdimos un carrito que nos servía para movilizarnos de la parcela hasta
Barquisimeto. Lo vendimos porque la niña le salió algo muy feo en el cuerpo.
Íbamos y veníamos muchas veces, de un médico a otro, pero no sabían que
enfermedad tenía. Y la pandemia nos hizo más difícil todo”.
Alguien le dijo al esposo de Rosa que la niña
necesitaba rezos. “Según un enfermero del ambulatorio lo que tenía era
culebrilla y necesitaba unos rezos. No sabíamos qué hacer. Mi suegra, que vive
en Tinaquillo, y también la está pasando muy mal, nos dijo que por allá había
un curandero, pero no teníamos para movilizarnos y el dinero se nos acabó. Con
la venta del carro pagamos unas deudas, al curandero, los exámenes que el
médico mandó después que los rezos no sirvieron, unos alimentos que la niña
necesita de ahora en adelante porque tiene un problema con algo llamado enzima,
creo”.
Al no tener cómo recuperarse económicamente el
deterioro físico se acentuó. “Pasaron los meses y nos la arreglábamos como
podía, pero después no “En el mercado de los chinos una muchacha me
dio un papelito ofreciendo viajes en grupo hasta la frontera. Mi esposo llamó y
le dijeron que se estaba organizando para salir juntos, porque el viaje había
que hacerlo caminando, porque no hay transporte”.
La angustia los empujo a esa aventura. “Vendimos todo
lo que pudimos para llevarnos algo de dinero. La noche anterior, después que
Sandra, la muchacha que me dio el papel en los chinos, nos llamó para fijar la
hora y el lugar de encuentro, lloramos abrazados mi esposo y yo. Teníamos miedo
de irnos así, pero más miedo teníamos de morir de hambre”.
No quiso profundizar en los detalles del viaje durante
los días que caminaron. Aunque su rostro está intacto, no así sus resecos
brazos, que demuestran los rastros del implacable sol seguido de la lluvia.
“Solo quiero decir que nos robaron todos los ahorros, a veces eran policías,
otras fueron militares. Pasar de un sitio a otro nos costaba. Los puntos de
control se convirtieron en la peor pesadilla”.
Lo peor
Cuando salieron de Punta de Piedra, Barinas, y vieron
los avisos que decían Abejales, Táchira, algunos muchachos alcanzaron a
aplaudir. “Quizá nos sentíamos más cerca de la libertad. Es una sensación
extraña, como si estuviéramos huyendo de una prisión”.
Rosa reconoce que fue la primera vez en ese día que
hablaron entre ellos. “Muchos trechos de la vía los habíamos recorrido en
silencio. Varias veces levanté la vista para mirar a algunos, que se
adelantaban o cuando descansábamos juntos, y siempre vi lágrimas”.
“Una noche nos quedamos en la cercanía de una
gasolinera con restaurante que tiene estacionamiento, así no corremos el riesgo
que nos atropellaran entre la oscuridad. Le pregunté a mi esposo si no
estaríamos cometiendo un error con irnos a morir a otra tierra y como no me
respondía me le acerqué y mucho rato después me dijo muy bajito ‘ni siquiera lo
pienses Rosa, aquí ya no hay nada para nosotros’. Me sentí tan sola, porque
Venezuela fue el país donde nací, donde tengo familia y me dio mucha tristeza,
pero le confieso que ya no tuve miedo”.
Trata de sonreír y no sé por qué, quizá asume que así
podrá convencerse de que el futuro será mejor. “Mientras caminábamos me di
cuenta lo distinto que es el llano a los andes, incluso la gente también los
es. A todo lo largo nos encontramos gente muy linda. ¿Sabe que algunos preparan
comida para los viajeros? Hay personas que hasta posada les dan a los que
pueden, porque son muchos”.
Lo peor les pasó en Táchira. “La alcabala La Pedrera
será parte de mis pesadillas no sé por cuánto tiempo. En todas esas alcabalas
los militares se vuelven como locos con los viajeros; creen que llevamos muchos
dólares y pesos. Un señor les dijo que los iba a denunciar y uno de los
militares le respondió ‘termínese de ir del país, pero antes pague la cuota’.
En algunos puntos de control piden de 20 a 50 dólares por dejar pasar”.
Cuando por fin lograron seguir hacia San Cristóbal,
fueron descubriendo la cara más fea de los funcionarios policiales y militares.
“Uno se da cuenta que el país está muy echado a perder. Nosotros habíamos hecho
planes de lo que haríamos al llegar a Colombia, con el poco dinero que
llevábamos, pero esos funcionarios revisan todo y parecen tener un radar para
descubrir dónde tiene uno el dinero oculto”.
Aun así, en Táchira mucha gente se ha organizado para
brindar apoyo a los viajeros, incluso les dan abrigos, porque la mayoría no
está preparada para el clima que es más frío que de las zonas de dónde vienen.
“Gente que no nos conocía nos trató con mucha amabilidad, hasta sopa nos dieron
y a la niña le regalaron un suéter y un peluche”, dice Rosa.
Al día siguiente atravesó el río Táchira, crecido por
las lluvias.
https://www.infobae.com/america/venezuela/2020/11/04/el-estremecedor-relato-de-una-monja-que-cuenta-que-hay-migrantes-huyendo-de-venezuela-que-abandonan-a-sus-hijos-en-la-frontera/
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